En mi casa -la de mi familia- había un pasillo. Del lado izquierdo una pequeña biblioteca de dónde saqué, algo así como a la edad de diez años, mi primer libro de poesía. Curiosamente la llave de luz del pasillo estaba al final, como si quien la hubiera puesto pensaría que los pasillos no conducen a un destino, sino que existen para permanecer extraviado. A la llave de luz la puso mi padre.
En ese pasillo siempre esperaba en el umbral de una puerta cerrada a mi madre.
Del libro que leí marqué dos poesias, o mejor dicho, las marcó la intriga. Una de ellas decía: "Como el mundo es redondo, el mundo rueda. Si mañana, rodando, este veneno envenena a su vez, ¿Por qué acusarme? ¿Puedo dar más de lo que a mí me dieron?".
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